La enseñanza se debate en la delgada línea entre sus principios y la realidad: La pulseada en nuestros distritos escolares se dirime entre el instinto anárquico del alumno y su entorno, y la figura del Educador. Este escenario con frecuencia resulta una ficción para determinado sector del imaginario social, es decir, más o menos premeditadamente, "pretendemos" que el Profesor manda y enseña. Enfrentado a una mínima dosis de contrariedad, la reacción del educando y su entorno podrá llegar a ser tan visceral que alcance, o bien a desgastar, o a hacer dudar al Educador de sus convicciones éticas (plano o terreno de trabajo, Gabriel Galli, 1996, Facultad de Psicología, UDELAR). La tensión entre el alumno y el sistema no aspira a imponerse por parte del segundo al primero, unívocamente, sin cuestionamientos. La motivación no es aplastar al individuo; contrariamente, lo impugnamos, y pregonamos en cambio a viva voz que el educando puede y debe "tener razón", muchas veces, todas las que pueda y quiera; para ello socializamos en centros escolares (Chávez Araújo, 2016) dentro de los cuales razón y creación de los alumnos deben ser pilares.
Los sistemas deben surgir y perdurar para desencadenar la mayor y mejor expresión del talento individual y colectivo.
La esencia de nuestra visión reside menos en el contenido que en su forma: existen maneras y momentos institucionales para el cuestionamiento del alumno; caso contrario corremos el riesgo de convertirnos en "Cabildos Abiertos" continuos, plenos de discursos carentes de contenidos.
Otro eje de la presión del individuo sobre "El Sistema Profesor" viene dado por la ausencia de orientación. En nuestro medio reproducimos una inercia de tradiciones académicas que nace en la enseñanza primaria, sin conexiones con la economía sociofamiliar y objetiva, fenómeno que arrastra hacia arriba bolsones de individuos que siguen una actividad académica sin esclarecimiento de razones ni motivos: me meto en esto porque es lo que me cuesta menos. Dicho estado de cosas por default genera forzosamente lobbies que presionan los centros escolares para "aprobar de más o menos cualquier manera": Empujan y pasan por volumen. Si a esto le añadimos las consecuencias económicas y administrativas para los Docentes de exigir y enviar a examen o recursar estudiantes, cerramos un círculo que podrá distar mucho de resultar "virtuoso".
El Profesor que exige corre el riesgo de quedar aislado, personalizando sus fracasos y éxitos formativos: los que recursan son mi culpa, en lugar de mi mérito. Debo nivelar hacia abajo, de forma de resultar funcional y adaptarme a la funcionalidad institucional. Exigir es el verbo angular de los sistemas de enseñanza, el cual requiere, para realizarse, estructuras más que personas, sistemas más que voluntarismos .
Cuando inexisten los eslabones medios o supervisores, naufraga la calidad, estrepitosamente (TITANIC AMENTE).
No hay testigos para la desidia ni el mérito; no quedan agentes ni agencias que le impriman sentido y significado a las nobles intenciones. El Profesor corre el riesgo de quedar como un boxeador al borde del knock-out, con un vago recuerdo de lo que era, de sus esencias, de su ingenuidad, de su pureza transformadora. El Educador no debe resultar castigado si el alumno no exhibe niveles mínimos de actitud y aprendizajes.
Las organizaciones deben existir como fuerzas edificadoras del individuo, lo que implica flexibilidad y principio de autoridad: Existirán reclamos atendibles, y otros no.
Por su lado, el Profesor vocacional debe planificar, comunicar, entregarse formal y actitudinalmente, ejercer plenamente su modelo de rol, exhibiendo a cada paso de su proceso continuas muestras y oportunidades a sus alumnos de aprendizaje y construcción de calificación. Sistémicamente, debemos accionar para que el estudiante se configure con apellido, nombre, rostro, voz y y productividad a lo largo de su proceso del curso, combatiendo su regresión y disolución en el anonimato de la masa ...
En el mundo del deporte predico la necesidad de "empoderar" al atleta, es decir, de restituirle al deportista de cualquier edad, responsabilidad sobre los procesos bajo su influencia, como aprender, jugar o competir: la culpa no es siempre del entrenador cuando las cosas no me salen. En la enseñanza carecemos de este verbo radicalmente, es decir, nuestra reacción como alumnos ante la exigencia o frustración es la descalificación o agresión al Sistema Profesor, a su propuesta, a su impronta, a su presencia o figura. Esta devolución visceral al centro escolar y sus Agentes saltea una etapa decisiva en la configuración de comunidad: como individuos adultos no seremos capaces de mayor introspección, de esa clase de auto-gimnasia, de revisión interior (y no solamente de queja exterior), que constituye el único motor que genuinamente nos permite masticar un poco de contrariedad, estimular nuestra fibra anímica, "hacer músculo" y superarnos.
Si la enseñanza tiene un rol de construcción de comunidad, necesariamente debería asumir la tarea de sembrar en el individuo, precozmente, la necesidad de postergación:
Si yo no aprendo a controlar mis ganas de ir al baño, de quejarme de mi Maestro o de pegarle a un compañero, de grande continuaré quejándome del gobierno, del estado del tiempo, o tirando la cáscara de banana por la ventana del auto. No alcanzaremos comunidad ni evolución. Continuará imperando el individualismo anárquico, la satisfacción inmediata de nuestros impulsos individuales, sin mediación. Esta es la delgada línea hiper-roja. Este es el partido por jugar. Juguemos el partido. Crezcamos en civilización.
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